Entre los setenta y el dos mil visité Ecuador invitado por la Universidad de Guayaquil para dictar cursos de graduados y también en la Maestría de Comunicación Social. Me quedaba un mes entero, quince días en Guayaquil y otros tantos en las extensiones de la Facultad de Comunicación (Facso) en distintas localidades. De este modo conocí Ecuador al revés y al derecho y cada vez que dictaba los cursos para graduados, tenía la oportunidad de viajar por dos semanas a una extensión. Así conocí Quito, Esmeraldas, Quevedo, Cuenca y tuve la oportunidad de conocer escritores y artistas.

Fue en Quito que visité el taller de Osvaldo Guayasamín. Era un hombre tranquilo, observador, sabía escuchar, pero se encendía cuando hablábamos de arte o de política. Allí adquiría una locuacidad enorme. El maestro me comentó algunos de sus secretos en los colores que seleccionaba para sus pinturas. “Es el color de la tierra, del paisaje, del cielo”, me dijo por todo comentario cuando le comenté sobre la peculiaridad de sus gradaciones de color. “En un color hay mil colores y los consigues con el blanco”, afirmó.

Los grandes hombres son sencillos, él lo era. No destilaba la pompa de algunos artistas que he preferido no conocer y que viven inflados como gallitos de las rocas, como si el arte los convirtiera en seres especiales, no. Guayasamín tenía la sencillez que reconocí en algunos grandes: Gabriel García Márquez, Nicolás Guillén, Ciro Alegría, José María Arguedas, Mario Florián, Manuel Scorza. De ellos aprendí.

Cuando recuerdo al maestro Guayasamín en su taller de Quito, lo rememoro sentado en un banco mediano de madera, riendo mientras conversaba, saltando de un recuerdo a otro con la velocidad de un rayo. Me sentí muy cómodo con él. Sus recuerdos de Perú eran nítidos. Tanto como los que yo guardo de él y sus pinturas en su atellier.

Gabriel Niezen Matos

Escritor y realizador audiovisual.


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Gabriel Niezen Matos

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