He vuelto a leer dos de las compilaciones casi totales de Quino. Una de ellas es “Todo Mafalda” y la otra “Esto no es todo”. La verdad, creo que el título de la segunda es una respuesta humorística al título de la primera. Escuché más de una vez que Mafalda había devorado a Quino, pero después de leer “Esto no es todo”, quedé convencido de que la creatividad de Quino no se había anquilosado en y con Mafalda. Este último texto de historietas reúne ilustraciones y viñetas que desbordan y amplían el imaginario de Quino al mundo cotidiano y a su ácida crítica al consumo y a la vida tal como la conocemos en y desde el mal denominado Tercer Mundo.
Mafalda es harto conocida porque la hemos seguido desde los periódicos, pero las ilustraciones de Quino no han corrido tanto entre sus lectores. La imaginación de Quino es desbordante. Igual puede incursionar en la religión, en el Arca de Noé, en la guerra de Vietnam, en las preocupaciones cotidianas de un empleado pequeño burgués o las tribulaciones de un empresario; es decir, Quino no tiene límites, fronteras, parámetros para su creación artística, es un testigo omnipresente en todas las actividades humanas y su lápiz punzante siempre muestra una crítica penetrante, aguda, al capitalismo.
Quino es un librepensador, y a buena hora lo es, porque si se hubiera encasillado jamás podría haber explotado su imaginación sin límites. Su lápiz es algunas veces un palo contra los mercaderes y en otras un niño ingenuo que mira al mundo con incredulidad. Y siempre está y estará presente porque cada dibujo que nos ha dejado es una suerte de editorial del día. Retornar a Quino, como lo he hecho en estos días, ha refrescado mi mirada al mundo en que vivimos, pleno de injusticia, de corrupción, de desamor, pero nos marca el norte para el trabajo que tenemos de escribir sobre él.
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