Por los años setenta, llegó a Perú el Circo de Moscú. No se trataba de un circo como los que conocemos, sino de un elenco de profesionales formados en alta escuela para cada una de las actividades que el circo tenía. Por razones del azar y amistades, trabajé un mes con ellos. Me encargaba de redactar las notas de prensa y recibir a los invitados a palcos.

Fue una oportunidad magnífica para conocer su preparación, porque durante un mes los vi ensayar sus números, corregirlos. Todos provenían de un centro oficial de formación de artistas de la más alta escuela. Por las mañanas lo veía ensayar en forma ardua para sus presentaciones, era detallista, exigente. Yo lo veía ensayar sentado en el palco, con el circo vacío, cada día, y así primero intercambiamos algunas palabras y fuimos trabando amistad. De este modo me hice amigo de Oleg Popov, la estrella central del circo.

Un buen día salimos a conocer Lima con el grupo de jinetes cosacos y él en una camioneta alquilada expresamente. Les encantó la comida peruana, el casco antiguo de la ciudad, las playas. Yo no hablaba ruso, solo conocía unas palabras, las necesarias, y lo mismo ocurría con ellos para entendernos en español, pero nos la arreglamos. Unos días antes de que partieran a otro país, le pedí a Popov que me firmara una fotografía que conseguí en ese trabajo de relacionista público que tuve para la empresa que los trajo. Detrás de esa fotografía oficial dice: Oleg Popov, payaso. Pero se trataba de un artista excepcional, único. El perrito que lo acompaña había sido adiestrado por él y formaba parte de su número. Un abrazo celeste, Oleg Popov, en donde te encuentres.

Gabriel Niezen Matos

Escritor y realizador audiovisual.


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Gabriel Niezen Matos

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