Alguna vez les he contado que, desde niño, quise ser escritor, que escribí mi primera novelita en una máquina de escribir, a los doce años, le dibujé una carátula, le cosí las páginas y, orgulloso, sentí que tenía ya un libro, mi ópera prima. Menos mal que se perdió y que nunca más la encontré. Y es que para escribir no basta el primer impulso.

Mi padre, Luis, chalaco de nacimiento, no me dejaba salir a la calle en verano, a partir de las cinco de la tarde. Él tenía pecas y la piel muy blanca y el sol, si le caía a plomo, lo despellejaba. Mi madre era morocha, barranquina, acostumbrada al mar, y los rayos solares le producían solamente una ligera insolación. Cuando todos regresaban de la playa, mi papá llegaba a las cuatro de la tarde del trabajo y nosotros salíamos a veranear a La Punta y nos bañábamos hasta las siete de la noche, casi sin ninguna compañía.

Yo tenía, entonces, mañana y tardes libres desde pequeño. Hurgando en mi casa encontré una colección de varios años de la revista Selecciones y algunos libros de autores famosos de la editorial chilena Tor y me los leí uno a uno hasta acabarlos. La colección sería de veinte años. Mis tíos Enrique y Carlos las compraban en librerías de viejo y se las daban a guardar a mi papá. Ellos vivían en el Callao, a veinte metros de la Mar Brava. Ocupaban una casa antigua de quincha y madera, que tenía como seis habitaciones grandes aparte de baño y cocina. Una era para mi tía Jesusa, dos más para cada uno de ellos y lo demás era una biblioteca con todos los libros que uno podía imaginar. Mis tíos notaron la curiosidad que yo tenía por los libros desde los seis años y en cada visita me obsequiaban algunas novelas. Así empezó mi formación de escritor, muy temprano, leyendo.

Años después, cuando estudiaba mi primera carrera en la universidad (estudié Educación en la especialidad de Lengua y Literatura) me convertí en un lector serio. Esa preparación, esa base que tenía, me orientó para que continuara con la costumbre de leer, pero de una forma más sistemática. A los diecisiete años conseguí mi primer trabajo como auxiliar de educación en un pequeño colegio de Miraflores. Y empecé mi propia biblioteca con el sueldo que ganaba. He llegado a tener cerca de diez mil libros entre literatura, ciencias y ciencias sociales. Estudiaba en las mañanas, almorzaba afuera en el restaurante de una señora italiana y partía a mi trabajo hasta casi las seis.

Como trabajaba, no disponía sino de las noches para estudiar, leer y preparar mis tareas para cada asignatura. Entonces se me ocurrió preguntarle a cada uno de mis profesores cuáles eran los mejores veinte libros que habían leído en su vida. Gran acierto, porque yo me los compraba y, así, mis lecturas eran selectas. A los 19 años empecé a trabajar en dos universidades, la Federico Villarreal y la Garcilaso de la Vega (en los mejores tiempos de la universidad). Cuando acabé mi carrera, ya estaba formado como profesor, pero otra es la historia para llegar a ser escritor.


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Gabriel Niezen Matos

Escritor y realizador audiovisual.

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