El 2004 escribí una novela apocalíptica, digamos mejor políticamente apocalíptica, porque narraba allí los estragos que causaba una supuesta enfermedad que coge desprevenidos a todos los políticos que acuden al ágape, por los cincuenta años, del presidente de una república, con el inicio de una pandemia causada por la comida contaminada. Es una novela negra que detalla los padecimientos de los asistentes a esa fiesta banquete.
El 2019 se produce en el mundo el Covid, que se esparce rápido por el mundo. Pensé que mi premonición acabaría allí, pero no, el 2022 el mundo asiste, en varios países, por no decir en casi todos, a una descomposición de su clase política. Descomposición en su mejor sentido, por no decir putrefacción, porque las ocurrencias fueron más allá de mi olfato novelístico.
La política mundial y nuestra política criolla se han transformado, de su definición primera, que es el arte de gobernar, a una acepción pesimista: el arte de lucrar o del mal gobierno. Me he preguntado, como muchos seguramente, qué está ocurriendo para que los hilos de la política mundial se muevan, y se aten, de este modo. Mi respuesta es sencilla y poco alentadora, los pillos han tomado el poder, se han apoderado de nuestra ilusión, pero menos mal que los refranes también alojan predicciones: “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”.
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