Los grandes consorcios transnacionales nos han vendido la idea de la globalización, del mundo global, desde hace más de 50 años. Se ha definió como la integración de la economía, la facilidad para que las personas crucen fronteras y el mundo abierto para el desarrollo tecnológico. Ninguna de esas tres premisas se ha cumplido, porque asistimos a dificultades mayores para la migración mundial, a las crisis financieras que pagan los ahorristas y los más pobres y a un negocio de lo único que podría ser un guiño global, la Internet, la integración a través de los sistemas digitales. A esta última nos referiremos en este breve artículo y en algunos que vendrán a continuación.
La pandemia del Covid19 desnudó la falsa premisa de la integración, por razones múltiples: falta de señal en los sectores poblados sin recursos económicos, falta de equipos en profesores y alumnos de sectores sociales periféricos y el costo de la Internet. Pero estas carencias no son lo único a lo que tenemos que aludir, porque la “globalización” tiene un alto costo. Para acceder a las clases virtuales, las instituciones deben pagar por un alto costo de plataformas. Solo ingresan las instituciones que pueden pagarlas. Ya sabemos quiénes pueden pagarlas y quiénes no. Los aparatos estatales de los países periféricos se han hecho los ciegos, los sordos y los mudos. Se dan casos de niños y adolescentes que deben subir cerros empinados para alcanzar señal, o deben cruzar ríos o zonas inhóspitas para acceder a sus clases virtuales. Obsequiar tabletas no resuelve el problema. La infraestructura digital se pierde como la inversión en infraestructura vial por un mar burocrático, coimas y despilfarro.
Lo único que se ha globalizado en estos cincuenta años es la pobreza, la desigualdad de oportunidades y, para no ser mezquinos, podemos asegurar que el impulso más fuerte de globalización en los países más pobres es la corrupción, que campea en un absoluto e indiscutible liderazgo en el mundo entero.
0 comentarios