
El periodismo es acontecimiental, pero no todo. En mis clases de comunicación, que mezclaban lecturas y experiencia, le decía a mis alumnos que en el periodismo se torna permanente aquella noticia que es tratada como forma de relato, la que trasciende el momento, la que tiene profundidad y avizora el panorama más allá del día a día.
Los artículos de Gabriel García Márquez, por ejemplo, estaban escritos para permanecer como crónicas vigentes, atemporales, que iban a quedarse como un trozo de historia. Dos son los libros que recomendaba leer -mejor es decir estudiar-, a mis discípulos. Uno de esos libros es Los diez días que conmovieron al mundo, de John Reed o el México Insurgente, del mismo autor, y las entrevistas de Oriana Fallaci a los protagonistas de la política mundial en Entrevista con la historia. El sólo título explica una intención.
Es que, estudiar cinco años para obtener una licenciatura en periodismo o en comunicación no debe tener como destino el momento, al decir de la misma Fallaci, sino la historia. Y para eso hay que estar preparado, hay que haber leído mucho, porque el comunicador no solo se hace en la redacción de los periódicos sino en la lectura y en la formación, que es la que le dará un ojo perspicaz. De allí que los escritores se animen a publicar los relatos que aparecieron en periódicos, reunidos, compilados en libros, porque no pensaron solo en el momento. Hay mucho de circunstancial en el periodista cotidiano. Se lo traga el acontecimiento, el lupanar del día, los personajes que se borrarán mañana. Muchos de aquellos que trabajan en las páginas culturales son cortos de vista, miopes que solo miran a los que tienen cerca, como comparsas del teclado. Hay que mirar, queridos colegas, más allá.
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