Recibo en mi casa a estudiantes secundarios o universitarios que me solicitan una entrevista para preparar o completar sus exposiciones sobre alguna de mis novelas. Siempre tendré tiempo para atenderlos porque disfruto tanto como ellos estos encuentros. Para un joven estudiante conocer a un autor puede resultar novedoso, ilustrativo, grato, anecdótico; pero, para mí, conocer a mis lectores involucra todos esos adjetivos y la palabra agradecimiento.
Me recuerda las experiencias que tuve al conocer escritores: Ciro Alegría, José María Arguedas, Mario Florián, Antenor Samaniego, Manuel Scorza, Bryce Echenique, Esteban Pavletich entre otros muchos peruanos y con algunos de los cuales forjé una sostenida cercanía y al Gabo García Márquez, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Paulo Freire, por citar referentes, entre los extranjeros.
Creo ser uno de los autores que conoce al mayor número de sus lectores, porque en las reuniones académicas para dictar cursos, conferencias, seminarios aquí y afuera siempre me he dado tiempo para estar cerca de mi amable lector. Qué sería de un escritor sin lectores: el paraíso de la nada. Así como ellos me preguntan por qué escribo, yo les pregunto por qué me han leído, que personaje recuerdan, qué les llamó la atención de mi relato y muchos de ellos de vez en cuando me llaman para saludarme y preguntarme algo sobre mi próxima novela.
Un escritor no debe ser un divo, un personaje inalcanzable, un gallito de las rocas con el pecho inflado. Lo único que nos diferencia de otros oficios es que escribimos, nada más. Por eso la puerta de mi casa siempre estará abierta para recibir, y lo repito, a mi amable lector.
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