No creo que sea solo cuestión de gustos el hecho de que el libro impreso no haya sido destronado por los libros virtuales. De hecho hay más. Los textos virtuales tienen utilidad, qué duda cabe. La inmediatez, por ejemplo, no es superada por el texto físico. Las consultas rápidas tampoco, pero nada de eso tiene que ver con el texto impreso. Aquí los sentidos cobran otra dimensión; o mejor, cobran su verdadera dimensión. El texto impreso es sensible al tacto, se muestra cercano, acompaña. El texto virtual es distante, menos atractivo. El impreso tiene un color característico, el virtual solo nos brinda el color de la pantalla. Es soso.
El olor de los libros me fascina. Más cuando se trata de un libro nuevo, aunque los libros añejos huelen algo así como el corcho de las botellas de vino. Me atrae. Apuntar notas cuidadosas en los libros, los personaliza. El subrayado virtual es frío, le otorga una dimensión de máquina, de artificio a la lectura. Mucho se pensó que la llegada de la computadora y de la virtualidad acabaría con los libros y los periódicos, hasta con las radioemisoras. Pero ha sucedido todo lo contario. Le he preguntado más de una vez a mis alumnos cuál de las dos formas prefieren y la respuesta siempre es la misma: el libro impreso.
Será por eso que le pongo tanto cuidado a mis novelas respecto del papel, nunca un bond clásico, o del tipo de letras. Me encanta la Book antigua en el impreso, y el acabado mate de las carátulas. En este aspecto hemos logrado un acuerdo nunca firmado con la editora de seis de mis libros, Eleana Arzubiaga, meticulosa en este detalle hasta el cansancio. De eso ya casi no me preocupo.
Por lo visto, no se trata de algo personal, se extiende más allá, porque los lectores disfrutan mucho más de un periódico o una revista impresos que de la virtualidad. ¿Hasta cuándo ocurrirá esta fascinación? Espero que hasta siempre. Son ya muchos siglos del advenimiento del libro y nada ha logrado derrocarlos. Cuando conseguí mi primera Kindle, la sentí más cercana que leer en el computador, pero el reinado del impreso continuó conmigo. No creo que nada lo destierre.
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